viernes, 31 de agosto de 2007

“Política exterior” de Chile. Negocios son negocios

“Política exterior” de Chile. Negocios son negocios

Fuente: Punto Final,
http://www.puntofinal.cl/559/politicaexterior.htm


por Paul Walder

Paul Walder es un periodista free-lance nacido en Santiago de Chile, licenciado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha trabajado en numerosos medios, escrito innumerables textos, columnas, artículos y reportajes.


¿Política exterior o simple comercio? Al observar la estrategia chilena de las relaciones exteriores -salvo algunos eventos aislados, los que son, de hecho, la salvedad y no la norma- la evidencia salta a la vista: Chile profundiza y afina su comercio hasta llegar a latitudes en las cuales no practica ninguna política exterior. La única que podría hacer, que es la regional, no la ha hecho. Su vocación latinoamericana -porque es, y en este momento no es de Perogrullo recordarlo, un país sudamericano- la ha transformado en una vocación internacional, lo que es, al considerar el peso chileno en el concierto mundial, lo mismo que una ambiciosa pero inútil intención. ¿Qué política exterior puede tener Chile hacia Corea? Por poner un ejemplo de relaciones bilaterales que no trascenderán lo comercial. Esta estrategia, extrapolada a la región, reviste características de absurdo: Chile busca un tratado de libre comercio con Bolivia, país vecino con el que, sin embargo, no tiene relaciones oficiales…La diplomacia chilena ha medido sus éxitos por los acuerdos de libre comercio firmados. Un proceso que parece haber sido guiado contra el tiempo, negociado bajo cuerdas -tanto hacia el exterior como hacia el mismo país- y exhibido una vez consumado, cual trofeo de campeonato. Así se les ha presentado a los chilenos y así se ha presumido hacia fuera. Chile negocia con quien quiere, cuándo lo desea. Chile es el único país latinoamericano elegido por el mundo para hacer negocios.Chile, que mira hacia Estados Unidos, la Unión Europea, Asia y otros mercados (no son países, sino objetivos comerciales), no mira hacia la región. Ha pasado por alto los procesos políticos y económicos que suceden tras sus fronteras. Ha hecho un camino propio, el que se ha constituido en un obstáculo para el resto de la región. El apresuramiento chileno ha marcado malos precedentes para los intereses regionales. Efectivamente malos. Porque se trata de un camino que tiene objetivos disímiles de los que hoy motivan a nuestros vecinos. El libre comercio que entienden y favorecen las autoridades chilenas es un elemento de riesgo, de alta vulnerabilidad para la región. La estrategia económica y comercial que ha desarrollado Chile -y que es elevada cual paradigma económico por nuestras autoridades- es la causa del colapso económico, comercial, financiero y social en muchos países de Latinoamérica. Que a alguien le sorprenda hoy la soledad de Chile, es un dato que puede ser novedoso para la gran masa de la población nacional. Que lo sea para las autoridades, es francamente haber ignorado sus acciones o es simplemente parte del cinismo propio de la política contemporánea.El tratado de libre comercio que Chile estableció con Estados Unidos se ha convertido en un referente poco grato hacia la región. El resto de los países, y pese a las últimas ofertas norteamericanas, ven con gran reticencia el TLC, que estiman como una espada de doble filo para sus vulnerables economías. A partir de la reunión de septiembre pasado de la OMC en Cancún, puede decirse que ha reflotado la antigua división Norte-Sur. No como estrategia derivada de una posición ideológica histórica, sino como el efecto de diez años de neoliberalismo. Consecuencias que saltan a la vista en prácticamente todos los países de nuestra región. La cumbre ministerial de Miami de noviembre pasado, para dar una nueva vuelta de tuerca al Alca, se enfrentó con este nuevo clima regional, el que se caracteriza por una nueva -o tal vez sólo distinta- visión política. Puede observarse lo que no es, pero difícilmente lo que es. Lo que hay es un alejamiento del neoliberalismo más puro. La revocación del contrato de privatización del correo argentino en noviembre pasado, decretada por el gobierno de Néstor Kirchner, es más una señal que la expresión de un giro en la política económica. La voluntad del gobierno no es, en principio, volver a estatizar el correo, sino licitar nuevamente una empresa cuyos operadores habían cometido serias irregularidades. En cualquier caso, revocar una mala privatización es un acto de coraje político ante los organismos y agentes financieros internacionales y una expresión de rechazo a las distorsiones e injusticias del modelo liberal.Más allá de estas acciones aisladas, las orientaciones o direcciones de las políticas son, todavía, ambiguas. ¿Dónde van Lula, Kirchner? ¿Qué sucederá en Uruguay, Venezuela y, en especial, en Bolivia?La aparente nueva postura ideológica de la región, expresada con todas sus letras por los brasileños en Miami, tal vez no conduzca a cambios políticos muy sustantivos en Sudamérica. Es la visión que tiene la cientista política de la Universidad de Santiago, Olga Ulianova, para quien incluso los países más ideologizados de la región se mueven más por la real politik. Es probable que el discurso ideológico se oriente emotivamente hacia los vapuleados electores, pero de cara al exterior prevalecería el pragmatismo. El uruguayo Eduardo Gudynas, director del Centro Latinoamericano de Ecología Social, tiene también una buena dosis de realismo en su observación latinoamericana. Hay un recambio en los dirigentes, “se puede tener simpatía por la postura de los países del Sur, pero ésta es sólo por la pluralidad de intereses, no es un nuevo punto de vista político”. Finalmente, todos serían liberales, lo que consolida, tal vez con diversos matices, la actual estrategia de desarrollo basada en la apertura comercial y el libre mercado.Ambas visiones llevan a poner los pies en la tierra. Habría cambios, pero enmarcados en el actual modelo (la excepción, por cierto, es Venezuela y un muy probable gobierno de Evo Morales en Bolivia). La integración de los mercados, el peso de instituciones como el Banco Mundial y, en especial, el FMI, limitan la capacidad de movimiento de los países. En un mundo unipolar y globalizado los países pequeños y los no tan pequeños como Brasil, tienen limitada su soberanía para pensar y diseñar sus propias estrategias de desarrollo.A diferencia de la gran mayoría de las naciones latinoamericanas, la economía chilena se ha mantenido ajena a las recesiones y colapsos financieros. Tras un período de muy bajo crecimiento, pero crecimiento al fin, las autoridades y el empresariado chileno anuncian una nueva etapa de alto crecimiento. El modelo de libre mercado gozaría en estas latitudes de una robusta salud. Hace un par de semanas la Ocde (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) emitió un informe sobre la economía chilena. El documento, que dejó perplejas a las autoridades, señaló una realidad que es difícil de ocultar: una buena macroeconomía que ha llevado a una de las peores distribuciones del ingreso de la región. Un aviso que, por cierto, inhibe cualquier pretensión chilena de ingresar a tan caro club. Tras firmar el TLC con Estados Unidos, la próxima aspiración del gobierno chileno es seguir los pasos de México, el único miembro latinoamericano de la Ocde que es también socio comercial, en el Nafta, de Estados Unidos.Más allá de los efectos de su estrategia económica, para los observadores regionales Chile ha tomado una vía propia. No sólo se ha desmarcado y alejado de las preocupaciones y problemas sudamericanos, lo que es una señal de por sí de muy escasa solidaridad, sino que sus dirigentes efectivamente creen marcar la vanguardia económica de la región. Al haber privilegiado sus vínculos bilaterales con Estados Unidos por sobre los regionales, Chile ha convertido el TLC en una cabeza de puente para los intereses norteamericanos en Sudamérica. Lo que Estados Unidos consiguió con Chile intentó extrapolarlo -con muy poco éxito, según vimos en la cumbre de Miami- al resto del subcontinente. En este nuevo escenario, la soledad de Chile no sería una simple metáfora.“Si Chile es distinto, como Costa Rica, por qué no toma el liderazgo regional”, se pregunta Gudynas. La respuesta es un asunto de voluntad política. En Chile no hay interés por la integración regional, lo que ha quedado bien demostrado en la ambigüedad de sus relaciones con el Mercosur y en su privilegio por los vínculos comerciales con otras latitudes.

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